ESPACIO PARA EL DESASOSIEGO

"Un hombre no está bien hasta que sea feliz, sano, y próspero; y la felicidad, la salud, y la prosperidad son el resultado de un ajuste armonioso del interior con el exterior del hombre". James Allen

lunes, 21 de febrero de 2011

Bibliotecas y Mujeres

Quien lo iba imaginar, que un púber desparchado pudiese obtener de los primeros y tímidos acercamientos a las mujeres, el descubrimiento de una pasión no tanto más grande, pero si más agradecida, la bella pasión por las Bibliotecas.
Un contacto efímero con los libros era el que me había perseguido hasta ese momento, pero que vino a encontrar en el deseo por conocer a esas bellas representantes del género femenino, la consolidación de una relación interminable y poderosa hasta estos días.
Ella, sobrina de la  bibliotecaria del colegio donde iniciaba la secundaria, delgada y blanca me marcaba por las tardes el sendero hacia ese rincón de la Biblioteca donde tras un mostrador, pasaba horas enteras, no inmersa propiamente en el "En busca del tiempo perdido" de Proust o El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino contando, como suelen hacer las mujeres (con pelos y señales), las peripecias de su dia de clases a su paciente tía, que la escuchaba en principio con cierta curiosidad pero luego de un rato, con marcado desdén. Recuerdo que solía pedir el primer libro que me venía a la cabeza, con tal de pasar al menos un ratito escuchando lo que para mí era una "melodiosa" voz, poniendo atención en cada detalle de su relato donde posiblemente me informara un dato relevante a la hora de la conquista, pero luego me percataba de aquello que tenía en mis manos, y que de vez en cuando, cuando se advertía mi intención de espiar, tenía que abrir para justificar mi coartada. "El viejo y el Mar"de quien para ese momento era un completo desconocido para mí, pero que con cada paso de las páginas me envolvía en ese oleaje de palabras, que me mecía en esa prosa exquisita colmada de detalles y finas texturas. No falto mucho para perder el interés en esa "chillona" voz que se escuchaba tras el mostrador, y tenía que buscar el más silencioso de los rincones, tras los estantes, cualquier lugar, donde no me perdiera nada de esa maravillosa aventura que Hemingway me quería contar. Obviamente, al día siguiente, con la excusa perfecta, regresaba a ese mágico mundo, ese espacio donde cualquier cosa podía ser real, menos el beso de esa carita blanca y fina.  

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