2. Navidad en la cárcel
El paseo al Alto Sinú resultó en un calabozo. Fuimos acusados de colaboradores de la guerrilla; además de entregarles comida les llevamos documentos de gran importancia. Claro, como usted supondrá, los alimentos eran unos pedazos de panela y queso que les dimos a unos muchachos, y los documentos, textos de la ruta con mapas de la zona que llevábamos para encontrar la laguna y no perdernos.
Por una chaqueta verde de lona que me regaló un primo, fui confundido con el máximo líder del EPL y luego era un cubano entrenador de las milicias del ELN. Terminamos siendo líderes universitarios tratando de unirnos a las guerrillas. Después de múltiples llamadas, hasta el rector Hinestrosa tuvo que intervenir para convencerlos de que solo éramos ciudadanos en busca de agua fresca y aire puro.
Para empezar el viaje seguimos el río hacia arriba, lo cual parece fácil pero al momento la orilla es tan tupida y salvaje que toca rodear para volver a encontrar el río, y las piedras son tan grandes y causan tal turbulencia que el paso es peligroso, imposible.
Encontramos un claro al lado de una cascada, como un oasis de flores y frutas, tal vez habitado y cuidado por alguien. Allí tuve la revelación más grande sobre la naturaleza. Me acosté en la suave hierba y empecé a sentir que el agua y la sangre que corrían por mis venas eran una sola, y que todos mis latidos respondían a vibraciones subterráneas que tocaban todos y cada uno de los puntos de mi cuerpo, como conectándome a una gran unidad viva, astral, de la cual solo éramos, junto con la tierra, una pequeña partícula viviente y necesaria para la continuada rueda del funcionamiento natural. A la vez los golpes del agua contra las rocas eran, además de melodías, voces como cantos de una gran ópera que presagiaban una gran tragedia para la tierra y para nosotros sus habitantes, por la continua tala de árboles y descomposición de la materia más pura, la fuente de toda vida que es el agua.
Tratamos de encontrar el nacimiento del río, subimos y subimos. El paisaje es cada vez más tranquilo y semiselvático como las cumbres de Bogotá pero repletas de arbustos y flores. Hay piedras como talladas por indígenas, todo semeja un antiguo paraíso.
En un clima templado vimos animales como cervatillos tan rápidos que el ojo apenas los puede captar, ardillas que suben a los árboles, y en la noche estrellada como ninguna otra en mi vida había visto, oí pasos de grandes animales como osos y rugidos de tigre. Estábamos viviendo cerca del Edén y nunca habíamos subido a verlo.
En algunas cabañas habíamos visto gente, pero de la traba no quisimos conversar demasiado. Les dimos panela y queso a unos muchachos que iban rápido por entre la maleza y con unos campesinos tratamos de ubicar la gran laguna sagrada; esto fue suficiente para que en la región se enteraran de nuestra presencia y en lo mejor de la excursión fuimos capturados por un batallón mandado exclusivamente contra nosotros.
Cuando vimos el primer soldado, alucinamos que era un policía que nos iba a quitar el bareto que yo llevaba armado en la mochila y salimos a correr monte abajo, pero era tan pendiente que nos deslizamos como en un gigantesco tobogán de arena, ellos tras nosotros sin poder disparar y puesto que no podían detenerse gritaban: “¡Alto!”.Y más rápido rodábamos. Hasta que tropecé y caí contra unas piedras, el resto ya lo sabe. La marihuana la alcancé a botar y el bareto desapareció por gracia de los dioses o si no estuviera procesado por narcotráfico.
Espero que me visite y haremos otra excursión, esta vez con los permisos correspondientes y cámara para tener algún recuerdo de la belleza que está siendo destruida. Pero antes iremos a la playa, el mar solo queda a unas pocas horas de Cereté. Lo espero para Navidad.
—Raúl
Tomado de El Malpensante.
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