ESPACIO PARA EL DESASOSIEGO
"Un hombre no está bien hasta que sea feliz, sano, y próspero; y la felicidad, la salud, y la prosperidad son el resultado de un ajuste armonioso del interior con el exterior del hombre". James Allen
lunes, 31 de octubre de 2011
ME SIRVE, NO ME SIRVE
La esperanza tan dulce
tan pulida tan triste
la promesa tan leve
no me sirve
no me sirve tan mansa
la esperanza
la rabia tan sumisa
tan débil tan humilde
el furor tan prudente
no me sirve
no me sirve tan sabia
tanta rabia
el grito tan exacto
si el tiempo lo permite
alarido tan pulcro
no me sirve
no me sirve tan bueno
tanto trueno
el coraje tan docil
la bravura tan chirle
la intrepidez tan lenta
no me sirve
no me sirve tan fría
la osadía
si me sirve la vida
que es vida hasta morirse
el corazon alerta
si me sirve
me sirve cuando avanza
la confianza
me sirve tu mirada
que es generosa y firme
y tu silencio franco
si me sirve
me sirve la medida
de tu vida
me sirve tu futuro
que es un presente libre
y tu lucha de siempre
si me sirve
me sirve tu batalla
sin medalla
me sirve la modestia
de tu orgullo posible
y tu mano segura
si me sirve
me sirve tu sendero
compañero.
M. Benedetti.
sábado, 28 de mayo de 2011
Salir con una chica que lee - Salir con una chica que no lee
Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la sagaCrepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
Tomado de Revista El Malpensante.
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la sagaCrepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
Tomado de Revista El Malpensante.
sábado, 23 de abril de 2011
JULIETA A ROMEO
Es tarde, amor, el viento se levanta,
la oscura madrugada va naciendo
sólo fue la noche nuestra claridad.
Yo no seré quien fuí, lo que seremos
contra el mundo ha de ser, que nos rechaza,
culpados de inventar a libertad.
José Saramago.
la oscura madrugada va naciendo
sólo fue la noche nuestra claridad.
Yo no seré quien fuí, lo que seremos
contra el mundo ha de ser, que nos rechaza,
culpados de inventar a libertad.
José Saramago.
sábado, 26 de marzo de 2011
Carta Inédita de Raúl Goméz Jattin
2. Navidad en la cárcel
El paseo al Alto Sinú resultó en un calabozo. Fuimos acusados de colaboradores de la guerrilla; además de entregarles comida les llevamos documentos de gran importancia. Claro, como usted supondrá, los alimentos eran unos pedazos de panela y queso que les dimos a unos muchachos, y los documentos, textos de la ruta con mapas de la zona que llevábamos para encontrar la laguna y no perdernos.
Por una chaqueta verde de lona que me regaló un primo, fui confundido con el máximo líder del EPL y luego era un cubano entrenador de las milicias del ELN. Terminamos siendo líderes universitarios tratando de unirnos a las guerrillas. Después de múltiples llamadas, hasta el rector Hinestrosa tuvo que intervenir para convencerlos de que solo éramos ciudadanos en busca de agua fresca y aire puro.
Para empezar el viaje seguimos el río hacia arriba, lo cual parece fácil pero al momento la orilla es tan tupida y salvaje que toca rodear para volver a encontrar el río, y las piedras son tan grandes y causan tal turbulencia que el paso es peligroso, imposible.
Encontramos un claro al lado de una cascada, como un oasis de flores y frutas, tal vez habitado y cuidado por alguien. Allí tuve la revelación más grande sobre la naturaleza. Me acosté en la suave hierba y empecé a sentir que el agua y la sangre que corrían por mis venas eran una sola, y que todos mis latidos respondían a vibraciones subterráneas que tocaban todos y cada uno de los puntos de mi cuerpo, como conectándome a una gran unidad viva, astral, de la cual solo éramos, junto con la tierra, una pequeña partícula viviente y necesaria para la continuada rueda del funcionamiento natural. A la vez los golpes del agua contra las rocas eran, además de melodías, voces como cantos de una gran ópera que presagiaban una gran tragedia para la tierra y para nosotros sus habitantes, por la continua tala de árboles y descomposición de la materia más pura, la fuente de toda vida que es el agua.
Tratamos de encontrar el nacimiento del río, subimos y subimos. El paisaje es cada vez más tranquilo y semiselvático como las cumbres de Bogotá pero repletas de arbustos y flores. Hay piedras como talladas por indígenas, todo semeja un antiguo paraíso.
En un clima templado vimos animales como cervatillos tan rápidos que el ojo apenas los puede captar, ardillas que suben a los árboles, y en la noche estrellada como ninguna otra en mi vida había visto, oí pasos de grandes animales como osos y rugidos de tigre. Estábamos viviendo cerca del Edén y nunca habíamos subido a verlo.
En algunas cabañas habíamos visto gente, pero de la traba no quisimos conversar demasiado. Les dimos panela y queso a unos muchachos que iban rápido por entre la maleza y con unos campesinos tratamos de ubicar la gran laguna sagrada; esto fue suficiente para que en la región se enteraran de nuestra presencia y en lo mejor de la excursión fuimos capturados por un batallón mandado exclusivamente contra nosotros.
Cuando vimos el primer soldado, alucinamos que era un policía que nos iba a quitar el bareto que yo llevaba armado en la mochila y salimos a correr monte abajo, pero era tan pendiente que nos deslizamos como en un gigantesco tobogán de arena, ellos tras nosotros sin poder disparar y puesto que no podían detenerse gritaban: “¡Alto!”.Y más rápido rodábamos. Hasta que tropecé y caí contra unas piedras, el resto ya lo sabe. La marihuana la alcancé a botar y el bareto desapareció por gracia de los dioses o si no estuviera procesado por narcotráfico.
Espero que me visite y haremos otra excursión, esta vez con los permisos correspondientes y cámara para tener algún recuerdo de la belleza que está siendo destruida. Pero antes iremos a la playa, el mar solo queda a unas pocas horas de Cereté. Lo espero para Navidad.
—Raúl
Tomado de El Malpensante.
El paseo al Alto Sinú resultó en un calabozo. Fuimos acusados de colaboradores de la guerrilla; además de entregarles comida les llevamos documentos de gran importancia. Claro, como usted supondrá, los alimentos eran unos pedazos de panela y queso que les dimos a unos muchachos, y los documentos, textos de la ruta con mapas de la zona que llevábamos para encontrar la laguna y no perdernos.
Por una chaqueta verde de lona que me regaló un primo, fui confundido con el máximo líder del EPL y luego era un cubano entrenador de las milicias del ELN. Terminamos siendo líderes universitarios tratando de unirnos a las guerrillas. Después de múltiples llamadas, hasta el rector Hinestrosa tuvo que intervenir para convencerlos de que solo éramos ciudadanos en busca de agua fresca y aire puro.
Para empezar el viaje seguimos el río hacia arriba, lo cual parece fácil pero al momento la orilla es tan tupida y salvaje que toca rodear para volver a encontrar el río, y las piedras son tan grandes y causan tal turbulencia que el paso es peligroso, imposible.
Encontramos un claro al lado de una cascada, como un oasis de flores y frutas, tal vez habitado y cuidado por alguien. Allí tuve la revelación más grande sobre la naturaleza. Me acosté en la suave hierba y empecé a sentir que el agua y la sangre que corrían por mis venas eran una sola, y que todos mis latidos respondían a vibraciones subterráneas que tocaban todos y cada uno de los puntos de mi cuerpo, como conectándome a una gran unidad viva, astral, de la cual solo éramos, junto con la tierra, una pequeña partícula viviente y necesaria para la continuada rueda del funcionamiento natural. A la vez los golpes del agua contra las rocas eran, además de melodías, voces como cantos de una gran ópera que presagiaban una gran tragedia para la tierra y para nosotros sus habitantes, por la continua tala de árboles y descomposición de la materia más pura, la fuente de toda vida que es el agua.
Tratamos de encontrar el nacimiento del río, subimos y subimos. El paisaje es cada vez más tranquilo y semiselvático como las cumbres de Bogotá pero repletas de arbustos y flores. Hay piedras como talladas por indígenas, todo semeja un antiguo paraíso.
En un clima templado vimos animales como cervatillos tan rápidos que el ojo apenas los puede captar, ardillas que suben a los árboles, y en la noche estrellada como ninguna otra en mi vida había visto, oí pasos de grandes animales como osos y rugidos de tigre. Estábamos viviendo cerca del Edén y nunca habíamos subido a verlo.
En algunas cabañas habíamos visto gente, pero de la traba no quisimos conversar demasiado. Les dimos panela y queso a unos muchachos que iban rápido por entre la maleza y con unos campesinos tratamos de ubicar la gran laguna sagrada; esto fue suficiente para que en la región se enteraran de nuestra presencia y en lo mejor de la excursión fuimos capturados por un batallón mandado exclusivamente contra nosotros.
Cuando vimos el primer soldado, alucinamos que era un policía que nos iba a quitar el bareto que yo llevaba armado en la mochila y salimos a correr monte abajo, pero era tan pendiente que nos deslizamos como en un gigantesco tobogán de arena, ellos tras nosotros sin poder disparar y puesto que no podían detenerse gritaban: “¡Alto!”.Y más rápido rodábamos. Hasta que tropecé y caí contra unas piedras, el resto ya lo sabe. La marihuana la alcancé a botar y el bareto desapareció por gracia de los dioses o si no estuviera procesado por narcotráfico.
Espero que me visite y haremos otra excursión, esta vez con los permisos correspondientes y cámara para tener algún recuerdo de la belleza que está siendo destruida. Pero antes iremos a la playa, el mar solo queda a unas pocas horas de Cereté. Lo espero para Navidad.
—Raúl
Tomado de El Malpensante.
domingo, 20 de marzo de 2011
Psicosis 448
Una conciencia consolidada reside en una sala de banquetes
Oscurecida cerca del techo de una mente cuyo piso se revuelven como diez mil cucarachas cuando entra un rayo de luz a la vez que todos los pensamientos se unen en un instante en unánime cuerpo que ya nada expele mientras las cucarachas encierran una verdad que nadie profiere
Tuve una noche en la que todo me fue revelado.
¿Cómo puedo volver a hablar?
La hermafrodita quebrado que solo confiaba en si mismo encuentra la habitación en realidad prolífica y ruega no despertar jamás de la pesadilla
y estaban todos en la pesadilla
todos y cada uno de los hombres
y sabían bien mi nombre
y yo corría como escarabajo por los respaldos de sus sillas
Recordad la luz y creed en lo que la luz hable
Un instante lucido antes de la noche interminable
No me dejen olvidar.
Fragmento-Psicosis 448 Sarah Kane
Fragmento-Psicosis 448 Sarah Kane
lunes, 21 de febrero de 2011
El Hacedor (1960) - Fragmento
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografia del siglo xviii, las etimologias, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas paginas no me pueden salvar, quizá porque to bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con to infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo to pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.(De El hacedor (1960), en Obras completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 5ª impresión, 1976.)
No sé cuál de los dos escribe esta página.(De El hacedor (1960), en Obras completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 5ª impresión, 1976.)
Bibliotecas y Mujeres
Quien lo iba imaginar, que un púber desparchado pudiese obtener de los primeros y tímidos acercamientos a las mujeres, el descubrimiento de una pasión no tanto más grande, pero si más agradecida, la bella pasión por las Bibliotecas.
Un contacto efímero con los libros era el que me había perseguido hasta ese momento, pero que vino a encontrar en el deseo por conocer a esas bellas representantes del género femenino, la consolidación de una relación interminable y poderosa hasta estos días.
Ella, sobrina de la bibliotecaria del colegio donde iniciaba la secundaria, delgada y blanca me marcaba por las tardes el sendero hacia ese rincón de la Biblioteca donde tras un mostrador, pasaba horas enteras, no inmersa propiamente en el "En busca del tiempo perdido" de Proust o El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino contando, como suelen hacer las mujeres (con pelos y señales), las peripecias de su dia de clases a su paciente tía, que la escuchaba en principio con cierta curiosidad pero luego de un rato, con marcado desdén. Recuerdo que solía pedir el primer libro que me venía a la cabeza, con tal de pasar al menos un ratito escuchando lo que para mí era una "melodiosa" voz, poniendo atención en cada detalle de su relato donde posiblemente me informara un dato relevante a la hora de la conquista, pero luego me percataba de aquello que tenía en mis manos, y que de vez en cuando, cuando se advertía mi intención de espiar, tenía que abrir para justificar mi coartada. "El viejo y el Mar"de quien para ese momento era un completo desconocido para mí, pero que con cada paso de las páginas me envolvía en ese oleaje de palabras, que me mecía en esa prosa exquisita colmada de detalles y finas texturas. No falto mucho para perder el interés en esa "chillona" voz que se escuchaba tras el mostrador, y tenía que buscar el más silencioso de los rincones, tras los estantes, cualquier lugar, donde no me perdiera nada de esa maravillosa aventura que Hemingway me quería contar. Obviamente, al día siguiente, con la excusa perfecta, regresaba a ese mágico mundo, ese espacio donde cualquier cosa podía ser real, menos el beso de esa carita blanca y fina.
Un contacto efímero con los libros era el que me había perseguido hasta ese momento, pero que vino a encontrar en el deseo por conocer a esas bellas representantes del género femenino, la consolidación de una relación interminable y poderosa hasta estos días.
Ella, sobrina de la bibliotecaria del colegio donde iniciaba la secundaria, delgada y blanca me marcaba por las tardes el sendero hacia ese rincón de la Biblioteca donde tras un mostrador, pasaba horas enteras, no inmersa propiamente en el "En busca del tiempo perdido" de Proust o El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, sino contando, como suelen hacer las mujeres (con pelos y señales), las peripecias de su dia de clases a su paciente tía, que la escuchaba en principio con cierta curiosidad pero luego de un rato, con marcado desdén. Recuerdo que solía pedir el primer libro que me venía a la cabeza, con tal de pasar al menos un ratito escuchando lo que para mí era una "melodiosa" voz, poniendo atención en cada detalle de su relato donde posiblemente me informara un dato relevante a la hora de la conquista, pero luego me percataba de aquello que tenía en mis manos, y que de vez en cuando, cuando se advertía mi intención de espiar, tenía que abrir para justificar mi coartada. "El viejo y el Mar"de quien para ese momento era un completo desconocido para mí, pero que con cada paso de las páginas me envolvía en ese oleaje de palabras, que me mecía en esa prosa exquisita colmada de detalles y finas texturas. No falto mucho para perder el interés en esa "chillona" voz que se escuchaba tras el mostrador, y tenía que buscar el más silencioso de los rincones, tras los estantes, cualquier lugar, donde no me perdiera nada de esa maravillosa aventura que Hemingway me quería contar. Obviamente, al día siguiente, con la excusa perfecta, regresaba a ese mágico mundo, ese espacio donde cualquier cosa podía ser real, menos el beso de esa carita blanca y fina.
jueves, 17 de febrero de 2011
Mundo escrito, mundo no escrito
"Pertenezco a esa parte de la humanidad -una minoría a escala planetaria pero creo que una mayoría entre mi público- que pasa gran parte de sus horas de vigilia en un mundo especial, en un mundo hecho de líneas horizontales en el que las palabras van una detrás de otra y en el que cada frase y cada punto y aparte ocupan su lugar debido: un mundo que puede ser muy rico, quizá incluso más rico que el no escrito, pero que, en cualquier caso, requiere cierto trato especial para situarse dentro de él".
Italo Calvino, Mundo escrito y mundo no escrito, Ediciones Siruela, 2006
Italo Calvino, Mundo escrito y mundo no escrito, Ediciones Siruela, 2006
Pessoa-Libro del Desasosiego
Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que he sido otro, que he sentido otro, que he pensado otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo. Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizás más años. Y muchos de ellos me parecen de un extraño; me desreconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí yo, pero fue como en otra vida, de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno. Es frecuente que encuentre cosas escritas por mí cuando todavía era muy joven, fragmentos de los diecisiete años, fragmentos de los veinte años. Y algunos tienen un poder de expresión que no recuerdo poder haber tenido en aquel tiempo de mi vida. Hay en ciertas frases, en varios períodos, de cosas escritas a pocos pasos de mi adolescencia, que me parecen producto de tal cual soy ahora, educado por años y por cosas. Reconozco que no soy el mismo que era. Y, habiendo sentido que me encuentro hoy en un progreso grande de lo que he sido, pregunto dónde está el progreso si entonces era el mismo que soy ahora. Hay en esto un misterio que me desvirtúa y me oprime. Hace unos días sufrí una impresión espantosa con un breve escrito de mi pasado. Recuerdo perfectamente que mi escrúpulo, por lo menos relativo, por el lenguaje data de hace pocos años. Encontré en una gaveta un escrito mío, mucho más antiguo, en que ese mismo escrúpulo estaba fuertemente acentuado. No me comprendí en el pasado positivamente. ¿Cómo he avanzado hacia lo que ya era? ¿Cómo me he conocido hoy lo que me desconocí ayer? Y todo se me confunde en un laberinto donde, conmigo, me extravío de mí. Devaneo con el pensamiento, y estoy seguro de que esto que escribo ya lo he escrito. Lo recuerdo. Y pregunto al que en mí presume de ser si no habrá en el platonismo de las sensaciones otra anamnesis más inclinada, otro recuerdo de una vida anterior que apenas sea de esta vida... Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?.
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